Varias veces he visto en la consulta cómo una educación emocional adecuada a tiempo, hubiera ahorrado sufrimiento y habría servido de ayuda para lidiar con ciertas situaciones.
Nadie nace sabiendo, ni tenemos por qué saber de hecho. Las emociones están ahí, como buen componente biológico que son, y no estamos hechos para entenderlas si no nos las explican antes.
Parece que no hay problema para explicar a los niños lo que son la alegría, la sorpresa, el asco... Sin embargo, cuando toca hablar de emociones con un componente negativo (ojo, social, que las emociones no son per se ni buenas ni malas), se nos complica la tarea. Y nos descubrimos a nosotros mismos diciendo cosas como "no llores", "no te enfades", "no protestes"...o en positivo "que fuerte has sido por no llorar", "que bien te has portado que no te has quejado"...y así vamos enseñando sin darnos cuenta que las emociones como la tristeza, el enfado o la frustración, deben esconderse y reprimirse, porque no es bueno llorar ni gritar.
Esto no significa que en absolutamente todas las ocasiones que un/a niño/a llora le mandemos este mensaje, pero sí que aparece la mayoría de las ocasiones, muchas veces porque nosotras mismas como madres o padres, no podemos verles sufrir y queremos que se encuentren bien lo antes posible.
Sin embargo, estar triste también ayuda a encontrarse bien. La tristeza es una emoción liberadora, que tiene su función, ayudando a la persona que la siente a pedir compañía, comprensión, a conectar consigo mismo.
La frustración también tiene su cometido: ayuda a que la persona pueda restablecer cierto orden que considera que se ha perdido, y a ajustar sus expectativas con la realidad. Es un proceso costoso, y la frustración media en él. Intentar que desaparezca es como querer que desaparezca la fiebre mientras el cuerpo lucha contra un virus. La fiebre tiene su función, como bien explicaba la Dra. Amalia Arce en este post (https://www.dra-amalia-arce.com/2014/01/la-fiebre-tiene-un-plan-y-lo-va-cumplir/) y las emociones también.
Y además, al igual que la fiebre, van a cumplir con esa función, a cualquier precio. De tal forma que si tratamos de ocultarlas, ignorarlas u oprimirlas, van a salir, con más fuerza todavía, porque tienen un mensaje que entregar, porque ese es su cometido.
Y si después de tratar de salir con más fuerza, aún así se las sigue ignorando, es probable que comiencen a surgir, no sólo problemas que afectan a la salud mental como ansiedad o depresión, sino que pueden aparecer problemas psicosomáticos: enfermedades físicas que se ven desencadenadas por factores psicológicos.
No quiero que nadie se quede con la idea tras leer este post de que si le decimos a nuestra hija o hijo que no llore, va a desarrollar una enfermedad horrible, pero si que quiero resaltar, que ese mensaje de ocultación de las emociones que vemos como negativas, puede acabar desembocando en problemas futuros, que se pueden evitar, enseñando a nuestros peques a tener un manejo emocional variado y aceptando todo tipo de estados anímicos.
Totalmente de acuerdo, no hay que reprimir las emociones. No son malas, son humanas
ResponderEliminarNunca me lo había planteado como lo comentas, la verdad es que como muchísimas, imagino, le digo en varias ocasiones a mi hijo que no llore, pero como bien dices es simplemente porque no me gusta nada verlo llorar. Otras veces lo que hago sin decirle esta frase es cogerlo y decirle que estoy a su lado. Pero tienes razón, las emociones no se deben reprimir.
ResponderEliminarMuy de acuerdo, es muy importante. En las escuelas infantiles y en los coles se está empezando a trabajar en base a ello y, es que, es la asignatura más importante que permanecerá para toda la vida.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo contigo, es tan importantes dejarlos libres de que expresen todo lo que llevan dentro. Si cuando un niño llora se le dice no llores, al final terminará asociando a que llorar esta mal y no lo puede hacer. Demostrar lo que sentimos nos hace grandes personas.
ResponderEliminarMe ha encantado el post!!!
Cuanta razón tienes. Intento poner siempre en práctica aquello de poner nombre a sus emociones. Aunque no siempre es fácil.
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