La siguiente pregunta si hiciésemos caso a la canción deberíamos saber responderla. Deberíamos saber en qué lugar se enamoraron de nosotras nuestras parejas. Pero ¿entonces?, ¿a que viene la pregunta acerca de quién es él?, si está claro, es mi pareja, el padre de mi bebé y en mi caso, el hombre con el que me casé.
Conozco su grupo sanguíneo, su DNI, su historia biográfica, casi puedo saber lo que piensa la mayor parte de las veces. Pero desde que di a luz a mi hija, parece que aunque conservo la información objetiva, he dejado de saber quién es él. Ha dejado de ser el centro de mi vida.
Al principio ni me di cuenta, con tanta novedad, sensaciones y responsabilidades nuevas, una no estaba para pensar en cómo está con su pareja. Pero conforme pasaban los meses y el rol de madre comenzaba a estar asentado, es cuando le veía entrar por la puerta de casa y me preguntaba extrañada qué es lo que había cambiado. Cuando antes deseaba verle para estar juntos, hablar y compartir momentos felices, ahora deseaba verle para que cogiera a nuestra hija y se encargara de ella un rato, normalmente estando yo ya en un estado lamentable de agotamiento.
Y no es que no me sintiera feliz al ver como cuida y como juega con ella, es que esa felicidad de repente me llenaba tanto que es como si no necesitara tener pareja. Así.
Así de crudo y de triste. ¿Dónde está la ilusión por estar con él, por pasar tiempo juntos, por hacer lo que hacen las parejas? Es como si todo el amor que podía sentir estuviera destinado a nuestra pequeña hija y ya no tuviera suficiente para él. Literalmente me sentía sin amor suficiente, copada única y exclusivamente por el que sentía hacia mi hija.
Esto me costó asumirlo y entenderlo. Al principio pensé que me había desenamorado, que no había nada que hacer, que la pareja estaba rota y que seríamos otros tantos más que se acaban divorciando después de años de convivencia desgastada y rutinaria. Recuerdo pensar que mi hija tenía ya 6 meses y que era tiempo de sobra para haberme acostumbrado a la maternidad. Que si no lo había hecho, no era cuestión de reajuste, era cuestión de amor.
Sin embargo, como todo lo que tiene que ver con nuestra relación, al final hay algo azaroso o quizás no tanto, que hace que vea que estamos hechos el uno para el otro y que puede que no esté interpretando las cosas correctamente.
Por suerte en mi trabajo, coincido con profesionales maravillosos, como terapeutas y como personas. Fue en estos meses cuando coincidí con una terapeuta familiar y de pareja que además nos había conocido a los 3 en un congreso al que me acompañaron siendo la peque muy peque. Y fue ella la que me habló de la crisis de pareja tras el primer hijo. Me regaló un libro escrito por ella fantástico para entender las diferentes fases por las que pasa una pareja (os hablaré de él en otro post porque de verdad merece la pena) y me recomendó leerlo.
Lo cogí sin ganas, pensando que yo ya sabía lo que era la crisis de pareja tras un hijo, cambio de horarios, cansancio, rutinas, responsabilidades... pero a mi no me pasaba eso, a mi me faltaba ilusión, amor, ganas...
Y resulta que leyendo y hablando con ella, me di cuenta de que eso también era normal. Que el reajuste va más allá de lo cotidiano. El reajuste más importante tiene que ver con lo que nos es más difícil de entender y manejar: las EMOCIONES.
Hay que adaptarse a sentir un amor inmenso que ya no es para él, para mi pareja. Y que en un primer momento, además, parece el único amor que se pueda sentir. Hay que adaptarse también a que ese amor tan grande y bonito, deja sin embargo un vacío en otras áreas. Un vacío que nos tenemos que esforzar por llenar. No esforzarnos por sentir, pues sobre eso no podemos hacer mucho, sino esforzarnos por permitirnos sentir, que es lo más complicado.
En ello estoy. Permanezco atenta a mis reacciones, por pequeñas que sean. Le miro, intento descubrir en él lo mismo que descubrí hace ya tantos años y valorarlo como lo que es. Como mi compañero, mi amigo y mi marido. Y no me preocupo si no aparece nada, al principio lo más probable es que siga igual, sintiendo mucho amor por mi hija y poco interés por él. Pero poco a poco, consigo notar que algo se va moviendo, que las teclas de mis sentimientos parecen ir ajustándose muy despacio, pero hacia algún lugar nuevo donde no habían estado antes.
Y aquí está la clave: claro que no le quiero como antes. Ni lo voy a hacer más. Lo que he entendido es que, desde que nació nuestra hija, el amor ha crecido, se ha multiplicado por infinito y se ha concentrado mucho y muy fuerte en una personita que nos necesitaba para vivir. Y no le puedo querer igual porque ya no estamos igual. No volveremos al mismo sitio, ni nosotros ni nuestras emociones. Ahora sentimos desde un lugar más complejo, grande y nuevo. Con lo que suele asustar la novedad.
Y es ese amor tan puro y concentrado el que ahora, con calma, va evaporándose hacia otras personas, como él, mi pareja.
Quizás él no necesita ese amor tan intenso porque puede que no me necesite para vivir, pero yo necesito quererle tan intenso, porque sin él no quiero seguir viviendo.
Hola!
ResponderEliminarUn post muy real, con el que me siento muy reflejada. Es complicado manejar ese doloroso sentimiento de creer que ya no estas enamorada, como también lo es encajar con serenidad y confianza todo el cambio que supone la llegada de un hij@. Hay momentos en los que todo es ansiedad y dudas, y el agotamiento físico y mental que supone la maternidad y la paternidad es una prueba de fuego para la pareja.
Me ha encantado leerte!
Un abrazo
Muchas gracias! Es muy difícil porque además nadie suele avisarnos de esto. Pero poco a poco se supera, casi siempre al menos :)
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